Esa sonrisa

/ domingo, 13 de noviembre de 2011 /


Él jamás sonríe. Quizás en alguna ocasión se llega a atisbar una mueca, un gesto leve, un puño alzado, un grito forzosamente ahogado. Porque eso supondría exteriorizar sus sentimientos, sus pasiones, su enfado, su júbilo o incluso su admiración por el contrincante. Sabe que, al fin y al cabo, exhibir sus debilidades ante el rival sería apartarse de un guión grabado a fuego en cada entrenamiento alargado hasta la extenuación, en cada partido jugado al límite de las fuerzas, en cada punto peleado hasta lo humanamente imposible. Es por eso que Rafa, en efecto, pocas veces sonríe.


Él, en cambio, nunca deja de hacerlo.


Ya sea en sus botas, en su juego o en su rostro, Rafa siempre sonríe. A veces de manera juvenil, otras tímida, en ocasiones entusiasta y en otras resignada. Como cuando se le pregunta qué puede aportar a un equipo que lo ha ganado todo y él, literalmente, se descojona. "¡Son los mejores del mundo, no sé si puedo decir qué puedo aportarles! Puedo aportar currar, currar y solo currar", dice convencido. Está llamado a la gloria, como lo estuvo su padre, como lo está su hermano y como también lo está él mismo, desde que durante quince minutos saltara al césped del humilde estadio de L'Hospitalet en Copa del Rey, convirtiéndose en el vigésimo primer canterano en debutar a las órdenes de Pep Guardiola en el Barça. "Fue como una película, algo de otro mundo", explica un jovial Rafa Alcántara, "Rafinha", (Sao Paulo, 1993). Porque puede que aquel otro Rafa, el imperturbable Nadal, evite mostrar felicidad para no descubrir sus flaquezas. Las mismas que tendría Rafa, el Alcántara, si por un momento, solo por un instante, perdiera esa ilusión en forma de sonrisa.




Y en la cara A:


"Las dos partes estamos cerca", asegura Rafinha sobre su renovación con el Barça (Entrevista para Agencia Efe)


John Carlin: "Nadal y Mandela se parecen en su respeto por todos los demás" (Entrevista para Agencia Efe)



El periodismo ha muerto

/ martes, 8 de noviembre de 2011 /

Podría haber estado desnudo todo el tiempo y nadie se hubiera dado cuenta, rezaba en Twitter un trino tan despiadado como innegable. Entre aquellos dos candidatos presidenciales, el periodista aparecía como una mera comparsa silenciosa, hasta el punto de llegar a ser lastimosamente reverencial en su despedida final. El curtido en mil batallas Manuel Campo Vidal (Camporrells, Huesca, 1951) ni siquiera ejerció de moderador, menos aún de árbitro, incapaz de amonestar a los contendientes cuando la situación lo requería, quizás porque tampoco se lo permitieron de antemano. Una alegoría de ese periodismo que se apaga, que se subyuga a los poderes, que baja la cabeza y calla en ruedas de prensa unidireccionales. Esa prensa que, inmersa en las dinámicas de ninchos de mercado y otras palabras que nadie sabe exactamente cuando llegaron, demuestra que aquello de ser cuarto poder y guardián de la sociedad ya quedó muy lejos en el camino, condenada a añorar sus mejores épocas pretéritas y a envejecer en declive, agonizante y caduca. El periodismo, dicen, se muere. Si no lo está ya.


O no. Lejos de puestas en escena encorsetadas y arcaicas, de trajes y preguntas a medida o de genuflexiones informativas impuestas por bloques electorales, un retaco descarado se arremangó su jersey juvenil y se propuso salvar lo que nos resta de orgullo, que no es poco. Seguro que muchos dirán, según sea el bando, que se excedió y se pasó de insolente, que respondía a los intereses de su cadena o que incluso fue demasiado compasivo con el oponente. Sea como fuere, Jordi Évole (Cornellà de Llobregat, Barcelona, 1974) hizo, simplemente, aquello más mínimo que se le supone al periodista. Desarmar blandiendo preguntas, replicar cuanto sea necesario y no darse por satisfecho con cualquier contestación tópica o programada de antemano por asesores de comunicación. Porque la mejor respuesta es, en ocasiones, ese silencio de un interlocutor que deja en evidencia sus promesas de cartón-piedra. Y en este caso, los silencios fueron más esclarecedores que mil debates. El periodismo ha muerto. ¡Viva el periodismo!.



Y en la cara A: Entrevista del programa "Salvados" (La Sexta) a los candidatos Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE) y Mariano Rajoy (PP)

Cano

/ sábado, 5 de noviembre de 2011 /

Bajo el tórrido sol de septiembre, la vereda de Santa Bárbara evocaba una sensación inquietante, como si toda la belleza suspendida de aquel paisaje idílico pendiese en realidad de un tenso hilo.


Guillermo Suárez lo sabía.


Sus rasgos afables, domados por un jovial bigote y una mirada cálida, no conseguían disimular aquella postura imperturbable que siempre le acompañaba, en constante alerta, nunca relajada. Probablemente, no había tiempo para ello. "Ésta es una guerra de minas y francotiradores en plena selva, es una locura", explicaba aquel militar colombiano. No era un soldado cualquiera. Comandante de la Fuerza de Tarea del sur del Tolima, el general Guillermo Suárez había recibido el encargo, pocos meses antes, de capturar a nada menos que a Alfonso Cano, alias de Guillermo León Sáenz Vargas (Bogotá, 1948), líder de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.


Pisar la vereda de Santa Bárbara, en el municipio de Chaparral, al sur de Colombia, resulta casi un privilegio. Territorio tradicional de las FARC y cuna en la que nació la guerrilla más antigua de Latinoamérica, fue en ese lugar idílico donde los rebeldes colombianos emprendieron una guerra contra el Estado hace medio siglo. Hasta hace apenas siete años, había sido un feudo exclusivo de la guerrilla. Es, sin duda, una de las partes más peligrosas de Colombia. Ocho mil soldados desplegados atestiguan ese hecho.


Pero la mirada de Suárez se dirigía a una garganta que se esparce junto a esa vereda, el llamado Cañón de las Hermosas. Un territorio con alturas de entre 3.200 y 4.200 metros, condiciones meteorológicas extremas, vías de comunicación casi inexistentes y un enemigo agazapado en una selva que se extiende hasta el sur del país. Ahí era donde se escondía Cano. Ahí era dónde aguardaba la obsesión de Suárez.


Quince anillos de tropas rebeldes, formadas por cerca de 300 hombres, además de medio millar de milicianos infiltrados entre la población civil de las poblaciones cercanas, protegían al líder guerrillero. Cano, un antropólogo comprometido con las causas sociales durante su época estudiantil, acabó erigiéndose en el mayor ideólogo de la historia de las FARC. Intransigente y convencido de la inutilidad de las negociaciones, sus gafas de pasta y su barba tupida eran un símbolo del grupo rebelde que nació en 1969 para defender los derechos campesinos y acabó convirtiéndose en un grupo terrorista que secuestró a decenas de personas, con atentados cada semana en distintas partes del país. Debilitada con la llegada del nuevo siglo y la inyección económica y logística de Estados Unidos al gobierno colombiano, en dos décadas la guerrilla ha pasado de 18.000 efectivos a apenas 6.000. El narcotráfico, con la caída de los grandes carteles de la droga colombianos, es ahora la principal vía de financiación para poder sobrevivir, aunque sea a costa de pervertir aquel ideario original.


En un país que empieza a superar casi un siglo de luchas intestinas que lo han desangrado, cada movimiento se convierte en una turbada partida de ajedrez. "Estamos iniciando la partida. Llevamos pocos meses y éste es un problema de 40 años. Aquí vamos a jugar como juegan ellos, que es con el tiempo. Para ellos, el tiempo no importa, a nosotros tampoco nos va a importar. Vamos a ver quién resiste más", advertía Suárez, tan tranquilo como amenazante. Un año después de aquella entrevista, Cano ha sido abatido a tiros en una operación militar en las selvas del departamento del Cauca, al suroeste del país, donde se presumía que había ido reculando paulatinamente. "El golpe más duro a la guerrilla en toda su historia", ha asegurado el presidente Juan Manuel Santos. Las imágenes del cuerpo inerte del número uno guerrillero, sin su perenne barba y despojado de sus inseparables gafas redondas, no dejan de ser una metáfora de la transformación del grupo armado colombiano, cuyo futuro es ahora una incógnita. Desaparecidos en apenas tres años líderes históricos como Tirofijo, Raúl Reyes, Mono Jojoy y, ahora, Alfonso Cano, unas FARC descabezadas se encuentran más débiles que nunca, pero metidas de lleno en el negocio del narcotráfico. "Cano caerá de una forma u otra", concluía Suárez. Un año después, el rey ha caído, sí. Pero la partida aún está lejos de cesar.



Y en la cara A: "El general que persigue al líder de las FARC dice que caerá 'de una forma u otra'" (Entrevista para Efe, 20 de septiembre de 2010).


Vídeo de la entrevista para EFE TV (Imágenes y texto: Àlex Cubero)


El chico que no sabía cómo celebrar los goles

/ viernes, 4 de noviembre de 2011 /

Encaró a Aouate y el tiempo se congeló en el Camp Nou.


Ahí estaba él, vistiendo esa camiseta azulgrana que tanto ha pesado a otros jugadores, que a tantas estrellas consagradas, promesas del fútbol y sueños de éxito se ha llevado por delante. Era titular por segundo partido consecutivo, pese a que su dorsal 39 delatara su aún estatus de canterano. En ese momento, podía recordar perfectamente sus palabras en una entrevista que le hicieron cuando apenas era un niño. "Quiero ser un buen jugador de Primera División y jugar con el Barça, me gustaría mucho. Y ganar la Copa de Europa y eso, las cosas grandes". Cosas grandes que, por momentos, parecieron inalcanzables, como cuando tuvo que abandonar el Barça, no una vez, sino hasta en dos ocasiones. Como cuando con trece años le dijeron que era demasiado pequeño, incluso para un club en el que gozar de un físico diminuto es casi una virtud. Como cuando con diecinueve, a las puertas del primer equipo, fue cedido al Sabadell, destierro que acabó siendo más grato de lo esperado, con un ascenso a Segunda División. Un año antes, sin embargo, Pep ya había echado el ojo a ese mediapunta escuálido, con piernas esmirriadas y mirada tierna y huidiza, pero que hacía del balón una extensión natural de su cuerpo y, del regate, una forma de vida.


Ahí estaba él ahora, en un Camp Nou con el tiempo pausado, casi a cámara lenta. Esa misma sensación que tuvo cuando, no hace tanto tiempo atrás, había conseguido fotografiarse con su ídolo Messi a las puertas de la ciudad deportiva, como cualquier otro de esas decenas de anónimos aficionados que cada día aguardan horas y horas a que las deidades azulgranas salgan en sus coches y consientan detenerse un par de segundos, quizá un poco más, para firmar un autógrafo o dejarse tomar una fotografía. Minucias para ellos, tesoros incalculables para sus pacientes seguidores. Por ello, en su perfil de Facebook, su instantánea con Messi iba precedida de una frase reveladora: "Mi foto más valiosa". Su tesoro particular.


Pero ahí estaba él, Isaac Cuenca (Reus, 1991), ante un Aouate cada vez más agigantado. Con una inesperada finta quebró al portero del Mallorca y, pese a ser diestro, mandó un disparo seco con la zurda, ajustado a la escuadra rival. Mientras el Camp Nou explotaba de júbilo, él empezó a correr con los brazos abiertos y la boca algo desencajada, sin un destino claro, feliz y asustado, puede que huyendo de todo. "Sentí mucha alegría y eché a correr, no sabía ni cómo celebrarlo. Menos mal que pronto vinieron mis compañeros y me cogieron entre todos", reconoce tímidamente Cuenca. "Después llegó Messi y me felicitó por el gol. Me dijo que siguiera trabajando igual". El mismo Messi en cuyo capó se apilaba ilusionado no hace demasiado tiempo.



Aquella canasta

/ jueves, 3 de noviembre de 2011 /

Intentó detener a aquel jugador con todas sus fuerzas, pero resultó inútil. La jugada acabó en una canasta que lo llenó de impotencia. Con quince años, apenas empezaba a despuntar, pues su crecimiento se había resistido más de lo que se esperaba. Sin embargo, antes del partido estaba contento. Su equipo, el CB Cornellá, había conseguido llegar a la final de Cataluña de preferente B. Ahí estaban, enfrentándose a todo un Barça, aunque se tratara solo del "B". Siempre se había considerado un jugador ambicioso, pero el no poder hacer nada ante aquella canasta lo desinfló.


Se acercó al banquillo. No te preocupes, le dijo su técnico, él jugará algún día en la ACB y tú no. Esa frase se le clavó en el alma. ¿Por qué ese chico que estaba en el Barça podía llegar a jugar en la ACB y él no?, pensó en un enojado silencio. Poco tiempo después, fichó por el Barcelona, donde años más tarde acabó ganando la liga ACB y la Copa del Rey, en ambas competiciones erigiéndose como jugador más valioso. En 2001, se convirtió en el segundo español en jugar en la NBA. No contento con eso, fue el primero en ser elegido para jugar el Partido de las Estrellas, clasificarse para unos play-offs y conseguir dos anillos de campeón de la mejor liga de baloncesto del mundo con el mejor equipo del mundo, Los Ángeles Lakers. A su selección la llevó hasta lo más alto. Es considerado, sin ninguna duda, el mejor baloncestista español de todos los tiempos, sino uno de los mejores deportistas que ha dado ese país en toda su historia.


"Cosas de éstas como que tú puedes y tú no me parecen sandeces, es algo que se nos tiene que quedar ahí para mantener el afán de trabajo, superación y dedicación", recordaba esta mañana Pau Gasol (Barcelona, 1980). Sandeces, como cuando con solo quince años no pudo defender aquella canasta ante un adolescente Juan Carlos Navarro. Como cuando le dijeron que él nunca llegaría a lo más alto.




Y en la cara A: Gasol: "Los jugadores de la NBA debemos seguir unidos ante los rumores y las artimañas" (Artículo para Efe)


Récords

/ miércoles, 2 de noviembre de 2011 /


Praga, primero de noviembre de 2011. Pep Guardiola alcanza los doscientos partidos oficiales en el banquillo culé, de los que ha ganado un 72%, por delante de entrenadores como Helenio Herrera, Ferdinand Daucik, Frank Rijkaard o su maestro, Johan Cruyff. Únicamente diecisiete derrotas y apenas 143 goles en contra, 0,71 por partido. Menos de los que ha recibido Víctor Valdés en los 876 minutos que lleva imbatido, destronando así al mítico Miguel Reina y directo al Trofeo Zamora, reconocimiento que, por cierto, ha ganado en las tres últimas temporadas. Las mismas en las que Lionel Messi se ha coronado como máximo artillero de la Liga de Campeones. En la máxima competición continental, de los 99 goles marcados por el Barça desde que Guardiola es técnico culé, el argentino ha firmado 34. Un tercio. De los 500 tantos oficiales en tres años y medio de la era Pep, que salen a 2,5 goles por partido disputado, un total de 160 han salido de las botas del menudo Messi. Otro tercio más. Una barbaridad, como los trece "hat-tricks" que ya acumula a lo largo de su carrera, el último en Praga, un primero de noviembre de 2011.


Récords sois y en récords os convertiréis.



Y en la cara A: Messi ha marcado un tercio de los goles de la era Guardiola (Análisis para Efe)

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